A qué suena el amor
y la tristeza blanco y negro en tus manos,
su aspereza.
A qué suena el delirio sino a mares,
escondido el estruendo
en caracolas.
A qué suena el delirio
sino a iglesias,
repicando la luz
de las campanas.
A qué suena la luz
sino a tus ojos
camino de la selva
y de mi llanto.
A qué huele el escándalo de manos sino a la viva lluvia
del encuentro.
A qué sabe la brisa de tu vuelo
sino a música cruel
y a mis desvelos.
¿Qué del mirar se queda en tus adentros?
A qué sabe la voz
de tus mañanas
si el café no está aún
y el río no calla.
A qué te huele a ti
la desmemoria
si el canto ya está
ahí
sobre la cama.
Cómo es que suena al fin
la cobardía
la triste encarnación de la mañana.
A qué huele la voz
la resistencia.
A qué sabe la música
el delirio
cómo es que cambia al fin
la madrugada
Esculpen mis palabras
tanto duelo
moldea el viento
la arena
y la esperanza
Los cuerpos ya no son
todo es afuera
repican los cabellos
suaves alas.
Descubro laberintos,
mis maneras
la dulce explicación de tus caderas
Tu peso se me mete
por la espalda
La límpida estrategia
de la duda
La acética esperanza
de mañanas
La cálida coraza
del acero
Esa cosa animal del desenfreno
La entrega involuntaria
y el latido
La cumbre del placer
ya te habías ido
Limpio y cálido estás
llorando a mares
sin barcos, puentes, vados
ni manglares.
Sólo sales
del río,
solo sales.
Explícame el placer
por la derrota
que quiere ser conquista
y se deshoja.
Déjame anclar las velas
tomar trenes
mirar con dulce fresco
tus paisajes.
Se esconde el viento
cáscara
en tus manos,
se cae la piel
marchita del durazno.
El odio es animal
en tus oídos
susurros de metal
y sin anclaje.